
Bogotá Afrodita
En la calle 23 con 7ª está ubicado un teatro de cine que no muchos conocen. Es un lugar en donde hombres y mujeres se sientan en diferentes pisos y las mujeres no pueden ir sin la compañía de un hombre.
Sin duda, éste es el teatro de cine más barato de Bogotá. Por 6,500 pesos se puede ver todas las funciones que se proyectan desde las once de la mañana hasta las ocho de la noche, y lo mejor de todo, sin repetir ninguna película.
Fui con dos amigos a la taquilla del teatro para comprar las boletas. Me atendió una mujer alta, de saco verde ajustado y uñas largas pintadas de rojo. Pedí tres boletas.
-¿Todos tienen cédula? me preguntó.
-Sí- le respondí y le di las tres cédulas.
Me entregó las boletas y me indicó que debíamos subir al segundo piso por ser dos mujeres y un hombre.
Pasando la taquilla nos recibió un hombre de vestido gris, camisa blanca y corbata rosada. Tenía aproximadamente sesenta años.
- ¿Me permite?- dijo señalando la boleta. Se la entregué.
- ¿Ustedes van a inspeccionar el teatro?
- No- le respondí.
- Muy bien, porque les recuerdo que está prohibido, no se puede tomar fotos ni nada por el estilo, solo pueden entrar si van a ver la película.
Las escaleras están decoradas con cuadros caricaturescos de mujeres y hombres desnudos en poses sugestivas. Mientras subía empecé a ver la pantalla, que desde la escalera se veía amarillenta y arrugada. Entramos a la sala y todo estaba muy oscuro. No veía nada y decidí esperar a que los ojos se acostumbraran a la oscuridad para poder inspeccionar la sala. Dentro de este sitio, uno es anónimo, nadie se ve ni se reconoce.
Después, pude ver un poco mejor y me di cuenta que estábamos solos. Éramos sólo nosotros tres arriba, así que miré por el balcón y me di cuenta de lo grande que era el teatro. En sus dos pisos caben alrededor de 250 personas. En el piso de abajo conté cuatro cabezas, había un hombre fumando a pesar de que los letreros lo prohibían. Me atrevo a pensar que no es el primero en hacerlo pues la sala huele a cigarrillo y a polvo de cuero viejo de las sillas que están completamente destruidas. Unas no tienen asiento, otras no tienen espaldar y la mayoría están rotas y gastadas.
Aunque al fondo del teatro se ve una sala de proyección, en la baranda del balcón hay un video beam que proyecta la película “analidades violentas” hacia una pantalla remendada. Daba la impresión de que le pusieron un pedazo de tela extra en la parte de abajo. Lo único que oía era a la actriz de la película gritando: “shit, oh my god, fuck me”.
De repente sonaron sillas desplegándose en la parte de abajo y entraron tres hombres. Empezó otra película e introdujeron a la actriz Tanya James, una rubia con rayitos rosados. Parecía que el nombre del actor no importaba, pues no lo introdujeron. La película no tenía trama pues dos minutos después, Tanya le hacía sexo oral al coprotagonista. Me asomé por el balcón y vi una cabeza mirando hacia atrás y a los lados, como si quisiera hacer algo sin ser descubierto. La actriz empieza a gemir y a gritar: “oh my god” lo que hace difícil percibir los sonidos del teatro.
Me empecé a mover por la parte de arriba del teatro aprovechando que no había nadie. Me di cuenta de lo destruido que estaba el piso, cuando me tropecé con un baldosín. Después, me tropecé de nuevo y me di cuenta que era una caneca roja con el letrero “riesgo biológico” escrito por todas partes. Sentí asco de que mi pierna la haya tocado. Volví a mirar a la pantalla y continuaba la misma escena de Tanya.
Les dije a mis amigos que saliéramos. Al lado de la entrada, había una puerta hacia un corredor en el que parecía haber un closet. Entramos y arriba de cada puerta del closet había un letrero con un número del uno al cuatro. Todas estaban vacías y abrimos una para ver el interior. Encontré un espacio en el que apenas cabía una persona, con una mesa, un pequeño televisor y un VHS. Debajo de la mesa había una caneca y al frente una silla Rimax blanca.
Seguimos bajando y encontramos los baños. El de mujeres decía “EVAS” en una luz rojo neón y el de hombres “ADANES” pero el bombillo de este letrero estaba fundido porque no alumbraba. Entré al baño de mujeres y me mareó el fuerte olor a cloro. De pronto me topé con John Travolta sacando los músculos y mostrando sus atributos. El baño estaba decorado como las escaleras. Había un letrero en la puerta del baño escrito con marcador negro que decía: “soy Jairo treinta años doy placer” y un número celular. Reviso la puerta del otro baño y estaba de nuevo el celular de Jairo.
Al lado de los baños está la entrada al teatro por la parte de abajo, es decir, la de hombres. La puerta está rodeada de panfletos de profamilia de embarazos, SIDA y VIH. Había una mujer que me miraba, era la que atendía la dulcería del teatro. Alcancé a ver chocorramo, ponqué gala, chokis y muchas bolsas de maní dulce. La mujer señaló el maní dulce con cara de sorpresa, “es el que más se vende”. Le sonreí y me retiré.
Luego, mi amigo se atrevió a entrar a la parte de abajo. Mi amiga y yo lo esperamos, mirando lo que vendían en el sex shop atendido por el mismo señor de traje gris de la entrada. Pasaron unos minutos y finalmente lo vimos salir. Nos contó que le ofrecieron hacerle sexo oral a lo que se negó y salió lo más rápido que pudo.
Finalmente, cuando salí vi entrar a la gente. Era extraño porque se perdió el anonimato característico de la oscuridad. Todos los que entran son hombres. Tal vez en hora de almuerzo, desempleados o jubilados. Unos serán padres, otros nunca se casaron, viejos o jóvenes. Todos se encuentran en la oscuridad donde comparten una película bajo el anonimato. Me volteé mientras nos alejábamos y vi el nombre en letras rojas y fondo blanco, del teatro de cine porno más antiguo de Bogotá, el Esmeralda Pussycat.
EL OSCURO ANONIMATO EN PUSSYCAT
Por Gabriela Carrasquilla