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DE MACROECONOMÍA  A JUGUETES SEXUALES



Por Alejandra Rodríguez

¿Qué hace una estudiante hablando de macroeconomía entre condones, baby dolls y afrodisiacos? En “Berdache Sexshop” es posible, un lugar que esconde algo más que sexualidad.


“No…No sé qué hacer…mi pareja es…frígida en la cama y ya lo hemos intentado todo”. “¡Pobre hombre!” fue lo único que pensé. Luego de recomendarle cualquier cantidad de productos, se quedó con un afrodisiaco un poco decepcionado. Mirándolo cruzar el umbral llegué a pensar que tal vez su mujer se entregaba en secreto a otro hombre. “Pobre hombre”, repetí, mientras Jessica se regocijaba en haber alcanzado la meta del día


Esto me pasó en “Berdache Sexshop”, un sexshop ubicado en la 82 con 15¿Qué como me aceptaron? A decir verdad fue bastante fácil. Fue cuestión de una llamada. Nada de entrevistas o exámenes de aptitud. Al llegar, me  cegaba la claridad del espacio, predominaba el color blanco y rosa y los productos en vitrinas recién modernizadas me daban la bienvenida. Me presenté ante Jessica, una paisa berraca que vive de un salario mínimo, pero aun así envía plata a su hijo de 10 años para comprar biblias y realizar sus  estudios cristianos, paga los servicios de la casa de sus padres y además sobrevive en la despiadada Bogotá. Le comenté que quería saber cómo era trabajar en un sexshop  y ella optó por darme una capacitación acerca de los productos, su uso, materiales, precios y gustos de los clientes.


Para eso me dio un recorrido por todos los productos. Era como si hubiera hecho un largo curso para conocer cada uno de los productos que vendía, la diferencia era que todo lo había aprendido a lo largo de sus años de experiencia como vendedora y yo sólo tendría dos días. Hablaba con tanta seguridad y naturalidad que pensaba que era una “dura” y que yo ni en un millón de años podría aprenderme todos los precios y las funciones de cada producto.


Empezamos con los juegos: cartas eróticas, dados lujuriosos, esposas, tapa ojos de peluche rojo, fucsia, morado… Pasamos a los objetos de sexo anal que no tenía idea que podían existir: bolas, icicles, estimuladores… Luego pasamos por la sección de disfraces: enfermeras, vaqueras, colegialas, baby dolls, ligueros  de todas las tallas y para todos los gustos, y cuando aún estaba asimilando lo que veía llegamos a la vitrina de vibradores y dildos: formas, colores, texturas; decorados con perlas, con brillantes; aquellos que dan vueltas, aquellos que también estimulaban el clítoris, unos que hacían por aquí, otros que por allá; en fin, eran tantos que llegué a pensar que no me los aprendería nunca, y finalmente, no podía faltar el que se asemeja al pene de un hombre negro,- y no es que haya visto muchos penes negros sino que el  mito esta presente hasta en el mercado-.  Pasamos luego a la vitrina de los hombres, mucho más reducida que la anterior pero con muchos de esos productos curiosos que uno no imagina que puedan existir. Dijo ella: “esta extensión viene en cyberskin o elastomed;  depende del gusto de los clientes”. Finalmente, entramos  a la sección de fetiches. Era lo más costoso de la tienda. Y aquí sí que hay que darle rienda suelta a la imaginación. Me llamó mucho la atención una especie de extensión que se ataba a la pelvis del hombre, nunca entendí para qué servía.


En el mostrador, donde además de lubricantes, condones y tres grandes vibradores, había un computador desde el cual Jessica ponía reggaetón y llevaba el inventario, me explicó que el negocio ese mes estaba “duro” y había una meta que cumplir.


Con la meta retumbándome en la cabeza, pensé que nunca iba a vender lo necesario. Las personas entraban a la tienda, curioseaban los productos pero nunca compraban. Jessica ya conocía a ese tipo de clientes. Me dijo una vez: “yo los dejo que miren pero no me levanto a atenderlos ¿para qué?, es una pérdida de tiempo”. Por fin tuve la experiencia de vender un juguete sexual. Llegó un hombre inglés, pasados los 60, buscando un disfraz para su novia. Al momento de atenderlo, olvidé todos los temores de equivocarme y al vender ese diminuto atuendo de vampira talla s parecía que llevara muchos años en el negocio, y como por arte de magia, comencé a vender diferentes juguetes sintiéndome cada vez más cómoda. Con el mismo corte internacional  entró una pareja de novios mexicana. Preguntaron por qué había una tienda de artículos religiosos en el primer piso. “Para tener sexo seguro”, les contesté. Todos reímos y con más confianza los mexicanos curiosearon el lugar.


El día en que llegó un hondureño pude hacer uso de los conocimientos adquiridos durante mi carrera (aunque suene sorprendente). El cliente recorrió la tienda y observó todas las vitrinas con detenimiento hasta que se interesó en un colchón inflable para posturas del kamasutra. Preguntó por el precio en dólares y sin darme me vi de un momento a otro dándole una pequeña clase de la devaluación del precio actual del dólar frente al peso. Muy contento el hondureño partió a su hotel a estrenar su nueva adquisición. 


Aunque con estas visitas las ventas subían, la meta no se materializaba y Jessica, angustiada, ya empezaba a recomendar el producto más caro del lugar sin pensar en las necesidades de los clientes. Por mi parte me convertí en una especie de consejera, los clientes preguntaban qué productos les recomendaba para satisfacer a su pareja, me contaban sus problemas sentimentales y hasta me preguntaron cómo hacer para que su pareja los volviera a amar. Sentí la misma decepción cuando el último cliente se fue con un afrodisiaco pensando en una pareja frígida. Se alcanzó la menta del día, sí, pero no se satisfizo a uno de  los clientes.


Dice Foucault que “la moral sexual exige que el individuo se sujete a un cierto arte de vivir que define los criterios de la existencia; pero ese arte se refiere cada vez más a principios universales ante los cuales todos deben hacer reverencia de la misma manera". Apoyo a Focault en la soberanía del individuo sobre sí mismo y digo que se deben romper los tabúes existentes en torno al sexo y a la sexualidad y para que cada quién elija a su conveniencia la  manera de sentir placer.

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