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Sólo existe un centro de rehabilitación para sexólicos en la ciudad. Cada lunes y jueves estos personajes exorcizan sus demonios en un espacio abierto e incluyente. Además de la presión en la que están inmersos, esta enfermedad es aún un misterio. Ser adicto al sexo o a la pornografía es un tabú; develémoslo.


El lugar es pequeño. Es un local de no más de 4x5 metros, con una puerta en la esquina que da a un baño estrecho. Tiene sillas azules de plástico, organizadas al borde de las paredes, dejando un espacio vacío en el centro del recinto. Una vez todos los asistentes están en silencio, el director de la reunión toma asiento frente a un escritorio, dispuesto a comenzar con la charla inicial. Sí, se trata de una reunión de adictos. De adictos al sexo.



Esta noche sólo se congregan cuatro asistentes. Tras una breve oración donde los miembros piden a Dios “voluntad para vencer las tentaciones y dificultades”, uno de ellos se aventura a tomar la palabra, visiblemente afanado por hablar, por desahogar aquella necesidad impostergable. “Buenas noches, me llamo Marcos* y soy sexólico…llevo 24 horas ‘limpio”. “¡Hooola Marcos!” responden sus compañeros en un tono un tanto infantil, forzadamente alegre y cordial. El hombre es un profesional de 52 años, dedicado a la venta de productos odontológicos. Es delgado, lleva gafas y tiene buen aspecto. Lleva un celular de última generación en sus manos, y lo mira en repetidas ocasiones antes de decidirse a hablar, como buscando aprobación en la pantalla. Confiesa que hubo un desencadenante para su adicción: el que la empleada doméstica de su casa le practicara sexo oral desde que tenía 5 años. Asegura que actualmente su problema es claro: “busco la figura femenina donde sea, en quien sea…incluso, he llegado a subir travestis al carro”. Ninguno de sus compañeros parece inmutarse ante la afirmación, y Marcos decide terminar con su relato. 



  “Se me pasó mi cuarto de hora en la vida, porque el precio de esta vaina es la soledad”
Hernando*, adicto en recuperación



La ambientación del lugar es exactamente igual a cualquier organización de Alcohólicos Anónimos (AA): está lleno de literatura de autoayuda, en las paredes hay cuadros con mensajes en letra roja: ‘Piense.. piense... piense...’, fotos enmarcadas de convenciones sobre AA, así como varios elementos alusivos a la religión, como oraciones y cristos. En una de las esquinas del local, junto a un estante lleno de libros,  hay una máquina de tinto, junto a la cual reposan varios envases llenos de bolsitas de azúcar.



Para el grupo, el café parece ser elemento clave dentro de la reunión. Antes de intervenir, Hernando* sirve cerca de 3 rondas de café a sus compañeros, una tras otra,  ansioso por que terminen de tomar la que ya ha servido. Finalmente, toma asiento y adopta una posición cómoda, con las piernas extendidas y los brazos apoyados en las sillas a su lado. Es un hombre de 43 años, regordete y un poco calvo. Viste pantalones vaqueros y chaqueta de jean. En su caso, también parece haber un momento que desencadenó su adicción. “Cuando tenía 8 o 9 años, ver a las amigas de mi hermana me producía una sensación rarísima, sentía mucho placer de sólo verlas con el uniforme del colegio”, sentencia con incomodidad. Compara sus años de juventud con el presente y dice sentirse profundamente solo, “como el tío solterón que ya no levanta”.



Al finalizar el encuentro, me reúno con Edgardo, director de la organización de Sexólicos Anónimos en Bogotá. El hombre tiene 48 años, es moreno, musculoso y lleva un tatuaje en su brazo izquierdo. Viste una camiseta beige sin mangas, con un estampado de figuras muiscas en llamativos colores. Completa su atuendo con una  boina negra, gafas oscuras y  bufanda de seda.  Al igual que sus demás compañeros, reconoce que en su vida hubo un hecho determinante para su conducta adictiva. “Ver a los 6 años a mi mamá teniendo relaciones con mi padrastro me jodió, me hizo resentido hacia ella y hacia las mujeres”. Confiesa haber ‘tocado fondo’ al caer en todo tipo de ‘perversiones’, desde pornografía “demencial” hasta exhibicionismo, pasando por voyerismo y fiestas swingers con hombres y mujeres. Desde ese momento, dice, sintió haber perdido el control de su cuerpo y de su mente. “La lujuria me volvió loco”, afirma.



Como director de la organización,  conoce a fondo el tema, pues lleva 23 años en recuperación y 16 dirigiendo esta sede de la institución, que es la única en la ciudad. Al igual que sus compañeros, Edgardo identifica en la pornografía un fuerte obstáculo a vencer de cara a su recuperación. La ve como un “elemento de cuidado”, como un detonante para recaer o consumir', pues afirma que la adicción al sexo siempre comenzará con adicción a la masturbación y la pornografía. Al respecto, el experto en adicciones sexuales, David Campos -Miembro de la Junta Directiva de la Asociación Colombiana de Psiquiatría- afirma que el adicto a la pornografía soporta una ingobernabilidad sobre su vida. Lo anterior, producto del Trastorno Obsesivo Compulsivo que enfrenta cada vez que se encuentra frente a situaciones de tentación.

Por otro lado, el experto asegura que ser adicto a la pornografía es como depender de una droga, pues la ‘dosis’ “necesita ser cada vez más fuerte para mantener su nivel anterior de excitación sexual o superarlo”. En relación con el tratamiento a esta adicción, Campo encuentra que en Colombia no se le ve como una patología y los programas de tratamiento a la adicción se quedan atrás frente a los procedimientos que se llevan en otros países. Además, resalta que la industria de material pornográfico es un gran negocio y actualmente no está sujeta a vigilancia adecuada.


Edgardo, finalmente se refiere al entorno social de un sexólico. “Nos sentimos estigmatizados, nos tildan de reprimidos sexuales, de depravados, cuando en realidad estamos enfermos”.  Asegura que sus propias familias también los han aislado, pidiéndoles que hagan sus vidas aparte, pues los ven “como bichos raros”.  Es por eso que dice adelantar una importante labor con el grupo, aunque se lamenta pues a pesar de que en Bogotá cada vez crece más el número de sexólicos, son los mismos ocho o diez adictos los que asisten a los grupos de ayuda.



* Los nombres de los protagonistas fueron cambiados por solicitud explícita de la fuente.

“LA LUJURIA ME VOLVIÓ LOCO”
UNA MIRADA A LA ADICCIÓN AL SEXO COMO PROBLEMA EN CRECIMIENTO EN BOGOTÁ 

Por Guillermo Poveda

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